En estos tiempos líquidos, globales, reversos y de riesgo, las trashumancias hacia diferentes lugares del mundo se han flexibilizado por el abaratamiento de los medios de transporte, el surgimiento de las tecnologías de la comunicación y, sobre todo, la dislocación de las fronteras y el Estado-nación.
En los últimos tres años, la ciudad de Osorno ha recibido crecientes migraciones de latinoamericanos, siendo las comunidades de haitianos, colombianos y venezolanos las que mayormente se han visibilizado en lugares de trabajo, sectores habitacionales y espacios de ocio. Estas comunidades se suman a los inmigrantes procedentes de países como Argentina, Ecuador, Perú, República Dominicana y Cuba, quienes representan minorías migratorias en sentido de residencias prolongadas.
Las características de estas comunidades son:
1) Motivadas no sólo por factores laborales, sino también en la búsqueda de espacios resilientes para subsanar experiencias provocadas por conflictos políticos, desastres naturales, afectivos, religiosos, entre otros.
2) Concentración en sectores laborales tipificados: haitianos en áreas rurales y, después, en espacios urbanos como bencineras, centros comerciales y mercados; colombianos en sector servicios; venezolanos en sector educación y comercio; dominicanos y cubanos en barberías; ecuatorianos en comercio informal; peruanos en comercio y servicio doméstico.
3) Nuevas territorialidades visibilizadas en la circulación y cambios de residencia del centro y norte al sur austral nacional, donde las regiones participan como hábitat de ensamblajes recientes. Estas comunidades expresan nuevos tipos de realidades culturales a partir de la organización en asociaciones, clubes, lugares de esparcimiento, circulación de mercancías, identidades y tradiciones de sus lugares de origen. De manera que viven en dos o más Estados-nación, han construido sus hogares justamente en aquellos lugares donde residen y, en algunos casos, la reconstrucción del hogar es imaginada debido a la negación en la adaptación provocada por la nostalgia y las cambiantes identidades transnacionales.
Por Juan Manuel Saldivar